martes, 29 de marzo de 2016

El Piropo



El piropo


En la estación del metro Los Cortijos, subí para ir a Chacao con  el de deseo de ir a ver la procesión de Jesús en el huerto; que como cada Domingo de Ramos cruza las calles de este pueblo que se tragó la ciudad, pero que aún mantiene vivas algunas tradiciones.

  El calor era muy fuerte y en la estación, como ya es costumbre, no había aire acondicionado. El tren llegó con algo de retraso y al entrar un vaho a ron con cigarrillo y mal aliento me saluda, en mi cerebro machista comencé a buscar al borracho, pero me di cuenta que cerca solo tenía a tres mujeres no muy jóvenes pero aún en edad de merecer.

¨Claro que sí pajúa, yo todavía levanto y bastante¨, desinhibida por los tragos de la noche y amparada en unos lentes oscuros,  la mayor de las tres  se me acercó con su aliento discreto y me dijo: ¨¿Verdad, señor, que yo todavía tengo lo mío?¨ y aunque usted no lo crea, no supe qué decir.

Las otras dos se ahogaron en risas, la pobre mujer me miraba desesperada en busca de algo que pudiera sacarla del hueco en que se hundía, de mis labios no salió nada y les juro que hice el intento.

 Me quedé mirándola, buscando algo, pero la realidad es cruel y no logré ver nada, para colmo los lentes eran tan oscuros que por más que intenté no pude  acercarme a su alma. Tenía el maquillaje todo regado; era Heath Ledger  en el momento cumbre de su personaje del Guasón y estoy seguro que ella ante mi silencio habría preferido estar muerta producto de una sobredosis.

En Los Dos Caminos se abrió la puerta y por impulso decidí bajar aun cuando estaba lejos de mi destino, las mujeres seguían riendo y la mujer Guasón me pintó una paloma a través del cristal.
 
 Esperé por un rato en el andén y subí al siguiente tren sin levantar la mirada, en mi cabeza revoloteaba la paloma de la Guasón. Al llegar a Chacao me encontré con la procesión en una esquina. La Verónica lloraba desconsolada y los cargadores arrastraban los pies, una trompeta desafinada y un redoblante marcaban mis pasos, por fin decido recomponerme, asumo que no fue mi responsabilidad y que mi silencio no fue producto del desdén sino del miedo.

Levanté la cara y me encontré con las tres mujeres paradas en la entrada de una licorería. Dios me regala la oportunidad de reparar en el entuerto, me escondo entre la gente, justo detrás de Jesús en el huerto y con la esperanza de no ser reconocido. Me envalentono y con un grito inexplicable le digo a La Guasón con un lujuria que jamás había sentido “¡Mamita, que Dios me perdoné, pero yo por ti me iría al infierno!”. En mitad del piropo siento que no es muy convincente, creo que le hace falta algo vulgar y categórico, agregué “¡CHUPÁNDOTE LAS TETAS!”. 


En ese justo momento la trompeta paró y el tambor se ahogó en mi grito, estoy seguro que la Guasón no me escuchó porque en el estado de la pea ya estaba sorda y sus amigas mucho menos, así que el piropo para lo único que sirvió fue para  desatar la ira de una beata gorda pero ágil que me persiguió por tres cuadras dándome latigazos con las palmas benditas que vinieron del Ávila.