En alguna estación del metro de Caracas de
cuyo nombre no quiero acordarme, subió
un flaco y un gordito. Ambos de
mediana edad y con cara de quien regresar de luchar con molinos de viento, la
ropa limpia y bien planchada. Si mamá los hubiera visto diría que ellos si
tienen mujer.
En la mente de muchos en este país, las tareas
domésticas son exclusivas de las damas, es su obligación hacer que los hombres
se vean impecables, aunque tengan que dejar la pintura de uñas en la batea.
La conversación entre este Quijote y su fiel
amigo Sancho la agarré comenzada, peor no me costó mucho tomar el hilo. Un
entrometido de oficio como yo tiene sus técnicas.
El quijote narraba de cómo se había casado con
una feminista, sí una feminista, o eso era lo que él creía.
“Cuando nos mudamos juntos, ella
me advirtió que era una hembra liberada y me hizo jurar que las tareas del
hogar serían compartidas, si ella cocinaba yo lavaba los platos y así, pero
desde hace varios meses no quiere hacer
nada”
Sancho escuchaba con atención y
sólo abrió la boca para decir “Coño mi pana eso es delicado, no me atrevo a
decir nada porque esa es tu mujer, pero verga marico te la dejaste meter
completica.
El Quijote siguió contado “Es muy ladilla tener que pararte a planchar
para salir, llegar en la noche mamao a cocinar, si no me toca acostarme sin comer, porque con
la excusa de que ella se toma la merengada de Hebalife para no engordar, no se acerca a la cocina”
En ese momento sentí ganas de
decirle que ella más que una feminista es rolo e´ floja, pero recordé el Sancho
de esta historia no era yo, así que guarde silencio y decidí escuchar lo que el
auténtico Sancho tenía para decir.
“La mujer mía si está clarita,
ella sabe que yo traigo los reales y que si no hay comida no hay real y si no hay real no hay ropa”
Fue inevitable no sonreír y
quedar en evidencia, para no parecer el entrépito que soy, rápidamente
metí la cabeza en mi libro, e hice lo que mejor se hacer en estos casos,
hacerme el pendejo.
El Quijote me ignoró y siguió con
su novela de caballería: “No vale lo de ropa es un peo, cuando le pregunto por
algo me dice búscalo en el tobo (cubeta o balde para los lectores que no son
venezolanos) tiene un tobo para la ropa
sucia que siempre es el más lleno y uno
para la ropa limpia. En realidad tiene un tobo para todo, dice que su mamá le
enseño que la ropa se debe remojar y me obliga a poner los interiores en tobo
con Ariel que tiene debajo del lavamanos, dice que le arrecha tener que lavar
frenazos”
Entre arcadas llegué a mi
estación, me quedé con las ganadas de decirle al Quijote un montón de cosas de
su Dulcinea del tobazo, perdón del Toboso, pero el asco fue mayor que la
imprudencia y eso la es decir bastante.
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