jueves, 23 de julio de 2015

Don Quijo el que los Mancha



 En alguna estación del metro de Caracas de cuyo nombre no quiero acordarme, subió  un flaco y un gordito.  Ambos de mediana edad y con cara de quien regresar de luchar con molinos de viento, la ropa limpia y bien planchada. Si mamá los hubiera visto diría que ellos si tienen mujer.
 En la mente de muchos en este país, las tareas domésticas son exclusivas de las damas, es su obligación hacer que los hombres se vean impecables, aunque tengan que dejar la pintura de uñas en la batea.
 La conversación entre este Quijote y su fiel amigo Sancho la agarré comenzada, peor no me costó mucho tomar el hilo. Un entrometido de oficio como yo tiene sus técnicas.
 El quijote narraba de cómo se había casado con una feminista, sí una feminista, o eso era lo que él creía.
“Cuando nos mudamos juntos, ella me advirtió que era una hembra liberada y me hizo jurar que las tareas del hogar serían compartidas, si ella cocinaba yo lavaba los platos y así, pero desde hace varios meses  no quiere hacer nada”
Sancho escuchaba con atención y sólo abrió la boca para decir “Coño mi pana eso es delicado, no me atrevo a decir nada porque esa es tu mujer, pero verga marico te la dejaste meter completica.
 El Quijote siguió contado  “Es muy ladilla tener que pararte a planchar para salir, llegar en la noche mamao a cocinar,  si no me toca acostarme sin comer, porque con la excusa de que ella se toma la  merengada de Hebalife  para no engordar, no se acerca a la cocina”
En ese momento sentí ganas de decirle que ella más que una feminista es rolo e´ floja, pero recordé el Sancho de esta historia no era yo, así que guarde silencio y decidí escuchar lo que el auténtico Sancho tenía para decir.
“La mujer mía si está clarita, ella sabe que yo traigo los reales y que si no hay comida  no hay real y si no hay real no hay ropa”
Fue inevitable no sonreír y quedar en evidencia, para no parecer el entrépito que soy,  rápidamente  metí la cabeza en mi libro, e hice lo que mejor se hacer en estos casos, hacerme el pendejo.  
El Quijote me ignoró y siguió con su novela de caballería: “No vale lo de ropa es un peo, cuando le pregunto por algo me dice búscalo en el tobo (cubeta o balde para los lectores que no son venezolanos)  tiene un tobo para la ropa sucia que siempre es el más lleno y  uno para la ropa limpia. En realidad tiene un tobo para todo, dice que su mamá le enseño que la ropa se debe remojar y me obliga a poner los interiores en tobo con Ariel que tiene debajo del lavamanos, dice que le arrecha tener que lavar frenazos”
Entre arcadas llegué a mi estación, me quedé con las ganadas de decirle al Quijote un montón de cosas de su Dulcinea del tobazo, perdón del Toboso, pero el asco fue mayor que la imprudencia y eso la es decir bastante. 

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