viernes, 3 de julio de 2015

Vale la pena

 "El que no conoce la canica no tuvo infancia" así comienza el discurso de del vendedor. Entre las 9 y las 11 de la mañana, baja considerablemente la cantidad de pasajeros y  esto genera un espacio perfecto para el negocio de los vendedores ambulantes y la mendicidad.
 La competencia es fuerte, tanto vendedores como mendigo tienen que generar un discurso digno de aplausos, deben hacer que la gente llore o se ría y que con los ojos aguados se  lleven la mano al bolsillo o la cartera.
 Bertolt Brecht en su ópera de tres centavos,  hace referencia a la importancia de trasformar el discurso lastimero en entretenimiento. Yo no creo que  los buhoneros y mendigos han leído a Brecht, pero la mayoría ha entendido que es más productivo hacer reír.
 En el viaje  de hoy, que fue muy lento, decidí prestar atención al discurso, estaba muy bien estructurado, este muchacho que  no debe tener más de 20 años,  arrancó con esa frase que iba directamente al inconsciente, inmediatamente me vi pidiéndole un real a mi papá para comprar dos canicas.
 Las  canicas son nos caramelos  redondos que vienen en empaques de plástico transparente, contienen 6 unidades y es recomendable chuparlos un buen rato antes de morderlos porque si no te puedes romper un diente.
  El muchacho usa palabras como, paladar, deleite y emoción. Palabras que suben inmediatamente el valor aspiracional del producto. Pero esto no lo hace por azar, el precio  de la canica ya no es un medio (25 centavos) cuestan  20 bolos, osea lo que costaba un Bacchi en 1983 cuando yo le pedía un real (50 centavos) a mi papá, por eso se hace necesario resaltar sus atributos para poder venderlo como una joya y no como el caramelo mierdero que es.
   Aún recuerdo el lanzamiento del Bacchi, un maravilloso comercial para contarnos de este  nuevo chocolate relleno de avellanas, en forma de bombón, envuelto en un delicado papel de aluminio, con letras azules y plateadas y su principal atributo emocional, en su interior traía un papelito con un mensaje de amor; yo nunca puede entenderlos,  estaban escrito en Italiano, inglés y francés  y a mí eso de los idiomas nunca se me ha dado, Por eso prefiero escuchar música en español porque la puedo cantar:  Pero el precio no es la coincidencia m  más importante entre las dos golosinas  que recuerdo, en los ochenta todo el mundo tenía un perrito  poodeles, que si no se llamaba canica se llamaba Bacchi.
 Este vendedor es muy inteligente mientras recorrer el vagón deja colar frases  manipuladoras que por más  publicista que seas te hacen cuestionarte  “las canicas sirven para refrescar el aliento”,  coño  él ya sabe que hay burda de gente la boca pinche y nadie le gusta tener mal aliento,  creo que debería comprarle siempre para repartir en caso de emergencia, pero sé que no se debe apoyar la buhonería, entre canción y canción,  una voz nos recuerda a los pasajeros que  “comprar  en los trenes perjudica el buen funcionamiento del sistema”. 
  En la mitad del vagón lanza su última estrategia, busca dar donde más te duele, "No llegué con las manos vacías, cuando el niño o la niña te pregunten” Papi, mami que me trajiste”  Eso si es un golpe bajo. Yo que no tengo muchachos quiero compararle todas las canicas,  estoy seguro que muchos imaginan la cara de decepción de los muchachitos o las de alegría y van y le compran, pasando por alto el mensaje del alta voz.
 Cuando pasa por mi puesto, saco cien bolívares, que ya no son nada fuertes, y me quedo con cinco paqueticos de canicas en las manos. Una niñita que está sentada frente a mí, me lanza su mirada de yo quiero, número diecisiete y con gusto le doy uno.  Abro otro y le ofrezco a la señora que  sentada junto a mí y  con una sonrisa de me pena me dice que no, la miro bien  e identifico que es de mi generación y nosotros nos enseñaron que no debíamos aceptar nada que nos ofrecieran en la calle.  Unos  asientos más allá, están unos niñitos con  la carita triste porque la mamá no les compró, estiro la mano para darles tres paqueticos  y veo como en sus caras de dibuja la alegría, esa sonrisas han hecho que esos 100 bolívares valgan mucho y desde mi egoísmo siento que valió la pena quebrantar la norma.

Ahora le toca el turno a una chica que vende tostones con ajo, abro el libro para no escucharla porque si no  voy allegar hediondo a la oficina.

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