martes, 14 de julio de 2015

Lo que yo aprendí en la escuela.

  En la estación Alí Primera, tuve que pegar una carrera para subir al vagón. Desde la semana pasada hay operación morrocoy, eso es una pesadilla, si pierdes un tren tendrás que esperar cuarenta minutos más en el andén hasta que llegue el próximo.   Hoy no tuve la suerte de encontrar un asiento; así que como puede saqué el libro del  bolso y cuando me disponía a leer, escucho una voz "Buenos días señores pasajeros, que hoy todo sea maravilloso" todo el mundo responde como con temor  y recuerdo que así sonaban en mi salón de clases en la escuela José Antonio Rodríguez López, cuando entraba la directora. La maestra Haidee era una mujer que media un poco más de 1.80m y pesaba más de 100 kilos, siempre estaba montada en  unos suecos de corcho muy altos, parecía un gigante de cuentos o al menos para mí lo era, su sola presencia podía hacer aflojar la vejiga de muchos, a los 9 años es muy difícil diferenciar  respeto de miedo, así que cuando entraba la directora todos temblábamos. No sé por qué pero temblábamos. Su voz era profunda, nada dulce, pero jamás fue irrespetuosa, en mi colegio las maestras eran tan extraordinarias, que aún las  puedo recordar con lujo de detalles, sus enseñanzas viven en mí y las practico a diario,  para mí dar las buenas horas  no es una obligación es un hábito,  por eso creo que me molesta tanto la actitud de los vendedores que prácticamente obligan a responder y entonces al igual que mi salón de infancia  se responde sin tener claro si por respeto o por miedo.
Es cierto que a mucha gente  la educación se le fue a las patas, como decía mi maestra de cuarto grado Petra de Villanueva, pero también es cierto que algunos se la quieren dar de muy educados para ser quedar mal otros. ¿Cuantas veces han escuchado el chiste de la monja que se tira un pedo en ascensor y cuando le reclaman responde diciendo que como nadie contesto los buenos días pensó que estaba sola?  Si esto tuviera algo de verdad en esta ciudad todo olería a mierda, porque nadie responde.  Desde que descubrí que cuando daba los buenos días en voz alta, todo el mundo pensaba que yo iba a pedir dinero y en lugar de responder se llevaban la mano al bolsillo, decidí hacerme el pendejo,  entonces ahora saludo en voz baja y sólo a los que tengo cerca eso es mejor que tírame un pedo o quedar como un mendigo.
El señor que dio los buenos días, resulto ser un músico extraordinario, con su cuatro y su canción nos acompañó en el recorrido y antes de llegar a Las Adjuntas el tren explotó en aplausos.
 Mientras  cambiaba de tren recordé la primera vez que me aplaudieron fue en el preescolar, la maestra Gilda y la maestra Esthela que luego fueron mis maestras de tercero y cuarto grado, prepararon un baile, todas las compañeritas estaban vestidas de muñecas y yo era un el encargado de darles cuerda. Debí memorizar  un corto texto, mirando al público decía ¿Por qué mis muñecas no bailan? Y al son de Richard Clayderman  las niñas giraban  – ese carajo me persigue desde siempre- y yo caminaba entre ellas fingiendo que era un viejo pero siendo el niño más feliz de mundo.

La escuela fue el primer lugar a donde deseaba ir, aunque las matemáticas no me gustaban me enfrentaba a ellas con coraje y tratando de hacerlo bien, La Maestra Morelia Monte de Oca, en el quinto grado C, con un dulce regaño me enseño, que lo que menos te gusta debes hacerlo rápido, no para salir del paso, sino para tener tiempo de hacer lo que te gusta.  
De ella aprendí que las ciencias sociales y la literatura eran lo mío. Ella también nos daba una materia que tenía por nombre Aprender a pensar, esa cátedra fue incluida el pensum de primaria  en 1975 cuando Luis Alberto Machado ocupa el Ministerio de la Inteligencia y Luis Manuel Peñalver era Ministro de educación,  vale destacar que los ministros eran personas preparadas   y no aduladores del régimen como el actual ministro de educación Héctor Rodríguez.
 Aprender a pensar, era una forma divertida de entender el mundo, en cada caso teníamos que identificar lo positivo, lo negativo y lo interesantes de la cosas. Esto lo sigo aplicando en la cotidianidad, por eso sé, que  lo negativo de viajar en metro es el tiempo que invierto en llegar desde casa al trabajo, lo positivo es que siempre descubro cosas que puedo contar y lo interesante es la gente que conozco a diario, gente que me hace reafirmar lo que soy  y me enseña tanto como mis maestras de primaria

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