No siempre el Metro de Caracas, te ofrece historias divertidas e
interesantes, no siempre hay humor o drama.
Hay días en el vagón va tan tranquilo como el agua
de un tanque, es como si todo el mundo siguiera dormido. No
hay libros de Pablo Coelho, ni música desagradable, no hay mujeres en tacones
velando un puesto, ni siquiera un vendedor de caramelos.
Hay día en los que el silencio es la norma y
la nostalgia es contagiosa. No hay historias de amor, los enamorados no se
toman de las manos ni se miran a los ojos.
Hay días en lo que
el tren está frío, oscuro y se arrastra cansado por los rieles entre estación y
estación cargado de penas. No importa quién entra o quien sale, las alarmas no
inquietan a nadie, hoy aquí no pasa nada.
Es
difícil encontrar una historia en este vagón mezquino, ninguno quiere contarme
nada, especular no es divertido, inferir es un pecado. Todo es blanco y negro,
no hay transformaciones con maquillaje, nadie habla por teléfono, los amigos no
se saludan, los expansivos se quedaron en casa, los niños no lloran y no hay más
remedio que leer.
Pero leer ya
no me complace, a los personajes que leo me toca imaginarlos, pero a los que
viajan conmigo con descubrirlos y describirlos tengo.
El bloqueo es general, las caras están en
neutro, quiero hablar pero no me atrevo a romper el celofán, me da pena
molestar, todos están a gustos consigo mismo y sus angustias cotidianas.
Hay días en los que como hoy es mejor dejar que cada historia
llegue a donde quiera, hay días en los que habría sido mejor no salir de casa.
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