viernes, 26 de junio de 2015

Irremediablemente bella.

 En las mañanas el vagón se trasforma en un camerino, cientos de mujeres utilizan el recorrido en metro para terminar de arreglarse. Una tarea que estaba destinada a la intimidad de la habitación o el baño se ha trasladado al tren.

 La chica de hoy se subió en la estación las Adjuntas y luchó cuerpo a cuerpo con un señor para obtener el  puesto de la ventana que estaba justo frente a mí. Así que fui testigo de la transformación al mejor estilo de Luis Eviand, el famoso artista fonomímico que se hizo famoso en  los años ochenta  cuando en  Sábado Sensacional se trasformó  en Rocío Durcal delante de las cámaras.
 
  De su cartera neceser, a mí no me da miedo decir neceser, sacó una cinta y se recogió el cabello, sacó un paquete de  toallas limpiadoras, que debe haberlas obtenido producto del bachaqueo.   Comenzó a limpiar su cara, necesitaba dejar el lienzo en blanco para comenzar con la tarea. Luego se aplicó una base que me parecía bastante blanca, como tres tonos más blancos que ella. Rellenó todos los espacios, haciendo hincapié en la nariz y las ojeras. De su bolso, que creo es el del gato Félix, comenzaron a salir pinceles y brochas, estuches de sobras lápices de colores y una pinza muy rara que creía que eran para comer escargot, pero no, la uso para sus pestañas, sentí miedo creí que se iba a sacar un ojo. En su estuche de sombras buscó con detenimiento los colorees de la blusa que tiene puesta. Verdes, naranjas, azules claros y marrón. Tiene el tiempo medido, ella sabe cuándo va a frenar el tren, jamás se ha salido de la línea y el ojo derecho quedó perfecto.


Levanta la mirada y yo le digo con los ojos que va muy bien.  Ella sigue con su trabajo, estoy asombrado de sus capacidades, cada vez se parece menos a la mucha que se subió. Con un lápiz delinea los labios y  el tren pega un frenazo, el lápiz se hunde en la piel del labio inferior pero ella como si nada, entonces pienso que no lo tiene todo medido como creía, que bueno que fue en el labio y no en un ojo, eso sería un espectáculo dantesco y  la crónica se vestiría de rojo.    
Dejó el espejito  para acudir al reflejo de la ventana  y procedió  a soltar el cabello, lanza la cabeza hacia delante y el cabello me cae las piernas, hasta huele rico. Con las manos lo desenreda y el tren frena en la estación Teatros, pienso que ya está lista pero no.  

Se descalza unas sandalias de esas que dejan el píe al descubierto  y puedo leer que dicen Sifrianas,  Del bolso saca otras toallas húmedas y comienza a limpiarse los pies,  mis ojos no dan crédito a lo que están viendo, las toallitas van cambiando de color, es un amarillo intenso y en mi cabeza suena Traigo polvo del camino pero la canta Carlos Baute y no Eneas Perdono  como todos piensan.

Del bolso saca su última carta, un par de zapatos de Gucci  con tacones como de 15 centímetros, decido que son de imitación para no poner en duda su reputación.  Ahora si esta lista y me mira satisfecha, hago un gesto de aprobación y al llegar a Plaza Venezuela  me dice: “Antes muerta que sencilla”. 

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