En las mañanas el vagón se
trasforma en un camerino, cientos de mujeres utilizan el recorrido en metro
para terminar de arreglarse. Una tarea que estaba destinada a la intimidad de
la habitación o el baño se ha trasladado al tren.
La
chica de hoy se subió en la estación las Adjuntas y luchó cuerpo a cuerpo con
un señor para obtener el puesto de la
ventana que estaba justo frente a mí. Así que fui testigo de la transformación
al mejor estilo de Luis Eviand, el famoso artista fonomímico que se hizo famoso
en los años ochenta cuando en
Sábado Sensacional se trasformó en Rocío Durcal delante de las cámaras.
De
su cartera neceser, a mí no me da miedo decir neceser, sacó una cinta y se
recogió el cabello, sacó un paquete de toallas limpiadoras, que debe haberlas obtenido
producto del bachaqueo. Comenzó a
limpiar su cara, necesitaba dejar el lienzo en blanco para comenzar con la
tarea. Luego se aplicó una base que me parecía bastante blanca, como tres tonos
más blancos que ella. Rellenó todos los espacios, haciendo hincapié en la nariz
y las ojeras. De su bolso, que creo es el del gato Félix, comenzaron a salir
pinceles y brochas, estuches de sobras lápices de colores y una pinza muy rara
que creía que eran para comer escargot, pero no, la uso para sus pestañas,
sentí miedo creí que se iba a sacar un ojo. En su estuche de sombras buscó con
detenimiento los colorees de la blusa que tiene puesta. Verdes, naranjas,
azules claros y marrón. Tiene el tiempo medido, ella sabe cuándo va a frenar el
tren, jamás se ha salido de la línea y el ojo derecho quedó perfecto.
Levanta la mirada y yo le digo con
los ojos que va muy bien. Ella sigue con
su trabajo, estoy asombrado de sus capacidades, cada vez se parece menos a la
mucha que se subió. Con un lápiz delinea los labios y el tren pega un frenazo, el lápiz se hunde en
la piel del labio inferior pero ella como si nada, entonces pienso que no lo
tiene todo medido como creía, que bueno que fue en el labio y no en un ojo, eso
sería un espectáculo dantesco y la crónica
se vestiría de rojo.
Dejó el espejito para acudir al reflejo de la ventana y procedió a soltar el cabello, lanza la cabeza hacia
delante y el cabello me cae las piernas, hasta huele rico. Con las manos lo
desenreda y el tren frena en la estación Teatros, pienso que ya está lista pero
no.
Se descalza unas sandalias de esas
que dejan el píe al descubierto y puedo
leer que dicen Sifrianas, Del bolso saca
otras toallas húmedas y comienza a limpiarse los pies, mis ojos no dan crédito a lo que están viendo,
las toallitas van cambiando de color, es un amarillo intenso y en mi cabeza
suena Traigo polvo del camino pero la canta Carlos Baute y no Eneas
Perdono como todos piensan.
Del bolso saca su última carta, un
par de zapatos de Gucci con tacones como
de 15 centímetros, decido que son de imitación para no poner en duda su reputación. Ahora si esta lista y me mira satisfecha, hago
un gesto de aprobación y al llegar a Plaza Venezuela me dice: “Antes muerta que sencilla”.
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