viernes, 26 de junio de 2015

La fresa de la Discordia

La fresa de la discordia.
Intentaba concentrarme en el segundo capítulo de un libro de Santiago Roncagliolo, leer en el metro puede ser  un experiencia  un poco complicada, sobre todo para mí que soy tan disperso como un puño de papelillos.

En el  vagón resonaba la fresa de un odontólogo y olía a formol, como si de una funeraria se tratara.
<< Ella se limitó a suspirar. Abrió la puerta del ascensor, pateó su maleta al interior y se volvió para escuchar a Óscar una despedida, como la última palada del sepulturero.
_ ¿Sabes qué  es lo más increíble Óscar?  Que escribas telenovelas. Porque son historias de amor y  ése es un tema del que tú no tienes la más remota idea. >> …
Levanté la mirada y vi de dónde venía la voz de fresa sangrienta. Era bella, de esas bellezas que aporrean.  Ojos grandes y pestañas largas que se agitaban de forma frenética  al ritmo de su fascista discurso. 

La pena de muerte es la solución. Repitió tres veces, ella quería ser escuchada, hablaba como  la hermana menor, que necesita que todos en la casa la escuchen, se atropellaba,  y el ruido me reventó el tímpano, cuando la hoy decir  que se cagaba en los derechos humanos, que los malandros  son unas plagas y que hay que matarlos a todos.

Debió sentir que ella era un auténtico espécimen ario,  se mostraba altiva y desafiante, mis ojos se encontraron con los de otra chica, que igual que yo temblaba de miedo y no daba crédito a lo que estaba escuchando.
<< La puerta del ascensor se cerró  como una lápida sobre sus palabras. Óscar se quedó en el pasillo rumiando su abandono. Algo horrible acababa de ocurrir, pero le resultaba difícil precisar qué. >>

El tren  abrió la puerta en  la estación  Antímano, ella se despidió  y dejó sólo al chico que le acompañaba, el pobre muchacho tuvo que escuchar todos los cometarios que surgieron con su partida.  El ruido de la fresa paró de golpe, pero comenzaron a sonar ruidos de angustia.
Una señora sentada frente a mí, con el diario El nuevo país, consternada se atrevió a decir “Qué pena, tan bonita y tan mala”

Hoy no tenía ganas de hablar y bajé de nuevo la mirada hasta el libro.
<< Las palabras de la vecina quedaron flotando en el aire del vestíbulo. Óscar meditó sobre ellas. Había algo fascinante es sus palabras, algo que parecía esconder un mensaje oculto para Óscar, una lección sobre su vida personal>>
La señora seguía en su perorata,  cerré el libro y presté atención.  Su genuina preocupación me perturbaba, ella decía que estamos perdidos, “Un grupo de gente mata sin remordimiento y  otro grupo quiere que los maten a ellos”.  Sentí que el olor a formol se hacía más fuerte, la muerte se hace cada día más fuerte.

En todas partes hay cuentos de asesinatos, de sangre. La gente compite contando historias fantásticas de asaltos en la autopista,  de secuestros y violaciones,  quieren que sean más escalofriantes que las de los demás,  necesitan que todos tengamos miedo.

<<una lección de vida personal, solía ocurrirle que se le presentaban agazapadas en lugares insospechados, en la sección de lácteos del supermercado. En un rollo de papel higiénico a medio usar. En el envoltorio de chocolate  tirado en la calle>>
Los cometarios seguían su curso, por primera vez no participé, me quedé callado. No tengo respuestas a tantas preguntas.  Quería llegar a la Zona Rental  para escapar del miedo y correr a refugiarme en mi oficina.

Como todas las mañanas  quería llegar a contarlo todo,  corrí con la suerte de encontrar a Kapui en la puerta del edificio y me dejé  atrapar por sus brazos, en el ascensor  hice un chiste y nos reímos, entramos cagados de risa a la oficina. Entre los abrazos y besos de buenos días  se me olvidó la fresa sangrienta.  Como dice una canción de Silvio, se me hacía urgente olvidar tanto dolor.
 Tengo un nudo en la garganta  y mucha rabia, tanta que hoy no me atreví a hacer chistes de Pablo  Cohello, siento que el país se me va de las manos y no sé qué hacer.  Me estoy quedando en la queja colectiva, sumándome a los rumores, encerrándome más temprano, escondiéndome como hoy en los libros.  Será que sí es necesaria la pena de muerte para frenar…


<<Con la resignación de un mártir, Óscar se levantó, se arrastró hacia el baño y se abalanzó sobre el lavabo. Ajustó el grifo del agua con todas sus fuerzas, en actitud de llave de lucha grecorromana, y susurró amenazas por el agujero del agua. Luego se detuvo ahí un instante, para verificar que no sería necesario ningún tipo de explosivos plásticos.>>

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