La fresa de la discordia.
Intentaba concentrarme en el segundo capítulo de un libro de
Santiago Roncagliolo, leer en el metro puede ser un experiencia un poco complicada, sobre todo para mí que
soy tan disperso como un puño de papelillos.
En el vagón resonaba
la fresa de un odontólogo y olía a formol, como si de una funeraria se tratara.
<< Ella se limitó
a suspirar. Abrió la puerta del ascensor, pateó su maleta al interior y se
volvió para escuchar a Óscar una despedida, como la última palada del
sepulturero.
_ ¿Sabes qué es lo más increíble Óscar? Que escribas telenovelas. Porque son historias
de amor y ése es un tema del que tú no
tienes la más remota idea. >> …
Levanté la mirada y vi de dónde venía la voz de fresa
sangrienta. Era bella, de esas bellezas que aporrean. Ojos grandes y pestañas largas que se agitaban
de forma frenética al ritmo de su
fascista discurso.
La pena de muerte es la solución.
Repitió tres veces, ella quería ser escuchada, hablaba como la hermana menor, que necesita que todos en
la casa la escuchen, se atropellaba, y
el ruido me reventó el tímpano, cuando la hoy decir que se cagaba en los derechos humanos, que
los malandros son unas plagas y que hay
que matarlos a todos.
Debió sentir que ella era un auténtico
espécimen ario, se mostraba altiva y
desafiante, mis ojos se encontraron con los de otra chica, que igual que yo
temblaba de miedo y no daba crédito a lo que estaba escuchando.
<< La puerta del ascensor se cerró como una lápida sobre sus palabras. Óscar se
quedó en el pasillo rumiando su abandono. Algo horrible acababa de ocurrir,
pero le resultaba difícil precisar qué. >>
El tren abrió la puerta en la estación Antímano, ella se despidió y dejó sólo al chico que le acompañaba, el
pobre muchacho tuvo que escuchar todos los cometarios que surgieron con su
partida. El ruido de la fresa paró de
golpe, pero comenzaron a sonar ruidos de angustia.
Una señora sentada frente a mí,
con el diario El nuevo país, consternada se atrevió a decir “Qué pena, tan
bonita y tan mala”
Hoy no tenía ganas de hablar y
bajé de nuevo la mirada hasta el libro.
<< Las palabras de la vecina quedaron flotando en el aire del
vestíbulo. Óscar meditó sobre ellas. Había algo fascinante es sus palabras,
algo que parecía esconder un mensaje oculto para Óscar, una lección sobre su
vida personal>>
La señora seguía en su
perorata, cerré el libro y presté
atención. Su genuina preocupación me
perturbaba, ella decía que estamos perdidos, “Un grupo de gente mata sin
remordimiento y otro grupo quiere que
los maten a ellos”. Sentí que el olor a
formol se hacía más fuerte, la muerte se hace cada día más fuerte.
En todas partes hay cuentos de
asesinatos, de sangre. La gente compite contando historias fantásticas de
asaltos en la autopista, de secuestros y
violaciones, quieren que sean más
escalofriantes que las de los demás, necesitan que todos tengamos miedo.
<<una lección de vida personal, solía ocurrirle que se le
presentaban agazapadas en lugares insospechados, en la sección de lácteos del
supermercado. En un rollo de papel higiénico a medio usar. En el envoltorio de
chocolate tirado en la calle>>
Los cometarios seguían su curso,
por primera vez no participé, me quedé callado. No tengo respuestas a tantas
preguntas. Quería llegar a la Zona Rental para escapar del miedo y correr a refugiarme
en mi oficina.
Como todas las mañanas quería llegar a contarlo todo, corrí con la suerte de encontrar a Kapui en la
puerta del edificio y me dejé atrapar
por sus brazos, en el ascensor hice un
chiste y nos reímos, entramos cagados de risa a la oficina. Entre los abrazos y
besos de buenos días se me olvidó la
fresa sangrienta. Como dice una canción
de Silvio, se me hacía urgente olvidar tanto dolor.
Tengo un nudo en la
garganta y mucha rabia, tanta que hoy no
me atreví a hacer chistes de Pablo
Cohello, siento que el país se me va de las manos y no sé qué hacer. Me estoy quedando en la queja colectiva,
sumándome a los rumores, encerrándome más temprano, escondiéndome como hoy en
los libros. Será que sí es necesaria la
pena de muerte para frenar…
<<Con la
resignación de un mártir, Óscar se levantó, se arrastró hacia el baño y se
abalanzó sobre el lavabo. Ajustó el grifo del agua con todas sus fuerzas, en
actitud de llave de lucha grecorromana, y susurró amenazas por el agujero del
agua. Luego se detuvo ahí un instante, para verificar que no sería necesario
ningún tipo de explosivos plásticos.>>
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