viernes, 26 de junio de 2015

Los hijos de Mazinger Z


 El tema de los olores en el metro, a mí me lleva loco. Crecí escuchando que los venezolanos somos limpios, nunca me dejaron salir de la casa sin antes bañarme y lavarme los dientes. La higiene siempre fue, es y será una necesidad de primer orden en mi vida y en la mayoría de las personas  que conozco.    

 Algunos piensan que son consecuencia de la escasez de algunos productos, pero yo difiero. Antes si las personas no tenían desodorante usaban limón y bicarbonato -que por cierto también sirve para lavar los dientes y dejarlos blancos- Siempre escuché historias de gente que no tenía ropa y la lavaba en la noche para tenerla limpia al día siguiente.   Y una que nunca se me olvida,  es la de una señora que ponía a hervir manzanilla   y usaba el agua como último enjuague del baño, para no oler a jabón azul  ¿Les había contado que a este jabón, se le atribuyen propiedades milagrosas que  sirve para sanar heridas y hasta es usado para lavar las casas y despojarlas de malas energías? (Que falta le haría al país un lavado con jabón azul).   

 Bueno, esta mañana al entrar al metro, percibí un fuerte olor, una mezcla de cebolla, tabaco y alcohol.  Sin exagerar en el vagón había moscas.  Las arcadas no se hicieron esperar, pero traté de ser discreto. Siempre me he cuidado mucho de las reacciones de la gente y de no pecar de racista o xenófobo. Un par de hombres negros, que luego descubrí eran haitianos, miraban al resto desafiantes y hablando en francés,  se sentían orgullosos de los olores cultivados en las últimas dos semanas  y hacían alarde de ellos. Un señora menos prudente que yo, o más valiente, restregó su nariz y dejo es capar un “Foooo carajo”  y acto seguido el hombre con cara de sorna, levantó las manos y se las llevó a la cabeza, el olor se apodero del espacio sentí de frente los rayos fotónicos, el otro hombre comenzó a reír triunfante, de su boca salían unos hediondos vientos huracanados y de inmediato pensé estos carajos están  emparentados con Mazinger Z. 

 Los insultos no se hicieron esperar  y los dos hombres reían más. Un tipo se acercó muy molesto y le atestó un golpe, el hombre dejó caer el brazo  y con la mano tumbó el libro de Pablo Coelho a una rubia que miraba con asco, no sé si su cara se debía al olor, o a la cosa horrenda que leía.  Al tipo se le borró la sonrisa  y apareció una expresión de miedo, miedo a ser linchado por querer jugar al zorrillo.  El tren paró en la estación Ruiz Pineda y los hombres salieron disparados del tren.   
  Quise intervenir pero el peso de mi mandíbula y las ganas de vomitar no me lo permitieron,  aún no puedo entender lo que pasa, admito que los tipos eran unos provocares ¿Pero se tenía que llegar hasta la manos? ¿Eran necesarios los insultos?  

  La verdad es muy difícil defender lo indefendible. Creo que el color de la piel del agresor o su nacionalidad, aquí no es lo importante, tampoco importa a que olían, lo que importa es la actitud agresiva y de confrontación, el deseo de romper el orden, de amedrentar. 

  Hace algún tiempo me sentí igual, cuando tenía  11 años  llegué muy alterado a la casa, porque unos vecinos extranjeros decían que los venezolanos éramos unos flojos que no servíamos para nada y  que los venezolanos eran una mierda. No tenía claro por qué  hablaban así de nosotros, del país que los recibía con los brazos  abiertos.  Le conté a mi papá y  él me dijo   que no me preocupara, que ellos hablaban así porque extrañaban mucho su tierra y la comparaban con la nuestra sin encontrar similitudes, también me dijo que esa gente venía aquí a trabajar y que en algún momento se darían cuenta del error que cometían, para que me tranquilizara  también me dijo entre risas y con abrazo  “hijo los venezolanos no somos flojos sólo somos más felices,  el problema es que algunos de estos musiú confunden brazos abiertos con piernas abiertas”.
 Será que debo consolarme pensando que los hijos de Mazinger z que bajaron del metro,  están atravesando por el mismo proceso que los inmigrantes portugueses y españoles que llegaron en la década del 50  y que les costó mucho adaptarse, pero ahora aman tanto esta tierra que dicen que pase lo que pese no se van  porque no sabrían cómo vivir sin la alegría de su gente. 


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