El tema de los olores en el
metro, a mí me lleva loco. Crecí escuchando que los venezolanos somos limpios,
nunca me dejaron salir de la casa sin antes bañarme y lavarme los dientes. La
higiene siempre fue, es y será una necesidad de primer orden en mi vida y en la
mayoría de las personas que conozco.
Algunos piensan que son
consecuencia de la escasez de algunos productos, pero yo difiero. Antes si las
personas no tenían desodorante usaban limón y bicarbonato -que por cierto
también sirve para lavar los dientes y dejarlos blancos- Siempre escuché
historias de gente que no tenía ropa y la lavaba en la noche para tenerla
limpia al día siguiente. Y una que nunca se me olvida, es la de
una señora que ponía a hervir manzanilla y usaba el agua como último
enjuague del baño, para no oler a jabón azul ¿Les había contado que a
este jabón, se le atribuyen propiedades milagrosas que sirve para sanar
heridas y hasta es usado para lavar las casas y despojarlas de malas energías?
(Que falta le haría al país un lavado con jabón azul).
Bueno, esta mañana al entrar al
metro, percibí un fuerte olor, una mezcla de cebolla, tabaco y alcohol.
Sin exagerar en el vagón había moscas. Las arcadas no se hicieron
esperar, pero traté de ser discreto. Siempre me he cuidado mucho de las
reacciones de la gente y de no pecar de racista o xenófobo. Un par de hombres
negros, que luego descubrí eran haitianos, miraban al resto desafiantes y
hablando en francés, se sentían orgullosos de los olores cultivados en
las últimas dos semanas y hacían alarde de ellos. Un señora menos
prudente que yo, o más valiente, restregó su nariz y dejo es capar un “Foooo
carajo” y acto seguido el hombre con cara de sorna, levantó las manos y
se las llevó a la cabeza, el olor se apodero del espacio sentí de frente los
rayos fotónicos, el otro hombre comenzó a reír triunfante, de su boca salían
unos hediondos vientos huracanados y de inmediato pensé estos carajos están
emparentados con Mazinger Z.
Los insultos no se hicieron
esperar y los dos hombres reían más. Un tipo se acercó muy molesto y le
atestó un golpe, el hombre dejó caer el brazo y con la mano tumbó el
libro de Pablo Coelho a una rubia que miraba con asco, no sé si su cara se
debía al olor, o a la cosa horrenda que leía. Al tipo se le borró la
sonrisa y apareció una expresión de miedo, miedo a ser linchado por
querer jugar al zorrillo. El tren paró en la estación Ruiz Pineda y los
hombres salieron disparados del tren.
Quise intervenir pero el peso
de mi mandíbula y las ganas de vomitar no me lo permitieron, aún no puedo
entender lo que pasa, admito que los tipos eran unos provocares ¿Pero se tenía
que llegar hasta la manos? ¿Eran necesarios los insultos?
La verdad es muy difícil
defender lo indefendible. Creo que el color de la piel del agresor o su
nacionalidad, aquí no es lo importante, tampoco importa a que olían, lo que
importa es la actitud agresiva y de confrontación, el deseo de romper el orden,
de amedrentar.
Hace algún tiempo me sentí igual, cuando
tenía 11 años llegué muy alterado a la casa, porque unos vecinos
extranjeros decían que los venezolanos éramos unos flojos que no servíamos para
nada y que los venezolanos eran una mierda. No tenía claro por qué
hablaban así de nosotros, del país que los recibía con los brazos
abiertos. Le conté a mi papá y él me dijo que no me
preocupara, que ellos hablaban así porque extrañaban mucho su tierra y la
comparaban con la nuestra sin encontrar similitudes, también me dijo que esa
gente venía aquí a trabajar y que en algún momento se darían cuenta del error
que cometían, para que me tranquilizara también me dijo entre risas y con
abrazo “hijo los venezolanos no somos flojos sólo somos más felices,
el problema es que algunos de estos musiú confunden brazos abiertos con
piernas abiertas”.
Será que debo consolarme pensando que los hijos de
Mazinger z que bajaron del metro, están atravesando por el mismo proceso
que los inmigrantes portugueses y españoles que llegaron en la década del 50
y que les costó mucho adaptarse, pero ahora aman tanto esta tierra que
dicen que pase lo que pese no se van porque no sabrían cómo vivir sin la
alegría de su gente.
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