viernes, 26 de junio de 2015
Once minutos.
Eran las siete de noche, libro en mano y con los ojos cansados, subí al vagón para hacer el último trayecto de regreso a casa, hice un paneo rápido para encontrar un asiento, sólo uno estaba disponible al lado una mujer que leía once minutos de Pablo Coelho y preferí ir de píe.
Once largos minutos duró el trayecto entre las estaciones Las Adjuntas y Ali Primera. Nunca he sido muy valiente pero anoche casi me cago.
A punto de cerrar la puerta, aparecieron en el andén un grupo de adolescentes que toda la pinta de quien regresa de la playa. En el silencio cansado del tren se escuchó, vengan que este tiene aire, una voz chillona gritaba, vámonos sentados que estoy mamada, otro gritó con voz de mando, nos vamos aquí que me estoy cagando. Una risita ahogada acompañó el pito de cierre de la puerta y la confusión de apoderó de las caras, nunca pensé que de aquellas tiernas boquitas pudiera salir tanta porquería. Una de las chicas ocupó el puesto de libre y la mamada se acerco a mí con su olor a sal y aceite de coco.
La distraída lectora cerró el libro y comenzó una conversación con los ojos, se miraba con el señor del asiento de enfrente y hablan de miedo, tanto como el que se apoderó de mí cuando la chica se recostó en mi barriga y exclamó ¡Esta cómodo el gordito! Con la boca abierta la aparté de mí. El que se estaba cagando con odio en los ojos me gritó. ¡Te molesta que se te arrecueste la jeva! Todos me gritaban con los ojos que no contestara. En medio del bombardeo de miradas se escucho un coñazo y la voz chillona que gritaba en mi defensa ¿Cuál es tu maldita lírica, vas a joder al goldo que tiene cara de bueno? El tipo me miró muy feo con su aliento Glaciar de piña y le dijo ¿Qué te pasa menol? tú si eres arrecha, uno te lleva pa´ playa y me vas rayar en público”. En ese momento descubrí que las ganas de cagar pueden ser contagiosas.
El tren avanzó de espacio, los ojos de otros me seguían gritando que callara, todo estaba muy frío, cuando el tren entro en anden de Alí Primera y un hombre se atrevió a decirme ¡llegamos rápido! a lo que solo pude responder, si a pesar del miedo fue rápido, tan sólo once minutos.
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